*En los años cuarenta, se abrió un pasadizo que formaba parte de las antiguas viviendas; envuelto en leyendas de terror y almas perdidas, se convirtió en un imperdible sitio al visitar al recién nombrado Pueblo Mágico
Carolina Miranda
Naolinco, Ver.- Su ubicación es un secreto a voces. Es como un pasadizo misterioso que atrae, succiona y atrapa.
La estrechez del camino divierte, sorprende y alegra. Caminar por ese callejón empedrado, de antiguas viviendas que observan a los intrusos, es adentrarse a un lugar de paz y tranquilidad.
Coloridos murales, ventanas que evocan a tiempos antiguos, pasadizos que trasladan a secretos forman parte del Callejón Colonial, un lugar que se convirtió – con el paso de los años- en visita obligada en Naolinco, un pueblo rodeado de espesos bosques y de fabricantes de calzado.
Si hoy es común ver a docenas de personas pisar el lugar con trancos lentos y dejar huella en el sitio con una instantánea, en el Naolinco antiguo era habitual ver a chavales correr despavoridos para huir de las almas perdidas que –decían- se aparecían en ese pasadizo, rememora con una sonrisa el cronista del Pueblo Mágico, Alfredo García Pilatos.
La oscuridad que imperaba en la bocacalle generó leyendas de terror, de almas en pena de las que todo mundo huía: niños, niñas, mujeres y hombres pasaban raudos por esos pisos empedrados para evadir a seres místicos.
“Con lo estrecho y la poca luz daba miedo -a chicos y grandes- atravesarlo en las noches, porque siempre había historias que ahí salían aparecidos y espantos y bajábamos corriendo”.
No siempre fue un corredor. Antaño formaba parte de las antiguas casonas del pueblo, caserones de más de 300 años de antigüedad, con paredes de hasta un metro de grosor.
“En la década de los cuarentas lo abrieron, porque fue una década muy fuerte para la economía de Naolinco”, afirma García Pilatos. Cientos de habitantes de los pueblos cercanos llegaban a Naolinco, un importante centro de comercio.
Los puestos en el parque principal con venta de cochinos, burros y caballos era la estampa cotidiana en los años setentas. “Siempre visitado por propios y extraños, muy bonito porque antes las casas eran de un piso y por ahí caminábamos”, afirma.
Las almas perdidas fueron abandonando el callejón, uno que se apropiaron, allá por los años setentas, los estudiantes de los talleres libres de artes plásticas de la Universidad Veracruzana, quienes decoraron calles y plasmaron su arte en el pasaje.
El Callejón Colonial, resume el cronista, forma parte histórica no sólo de pueblo, sino de sus habitantes. Un espacio pintoresco, orgullo de un lugar llamado por los antiguos náhuatls como Lugar consagrado al sol.